Si Dios me obsequiara el don de la vida, trataría de disfrutar sobre el tablero del mundo jugando al ajedrez contra el caprichoso destino, aprovechando la esencia del tiempo. Viviría enamorado del amor por el ajedrez y me alegraría al ver la sonrisa de un niño jugando. Y si un día el destino de mi vida fuese amenazado, nunca retrocedería y avanzaría siempre hacia adelante con coraje y convicción y al dejarlas atrás, comenzaría a sonreír.
Si Dios me obsequiara el don de la vida, disfrutaría de los sonetos de ajedrez de Borges, las composiciones artísticas de Troitzky y y la inmortal polaca sería la partida que le ofrecería a la luna. Y al igual que un poeta, el placer estético cautivaría mi espíritu, porque las combinaciones y algún sacrificio brillante serían mi poesía.
Si Dios me obsequiara el don de la vida, aunque los años pasaran nunca dejaría de jugar al ajedrez. Pero lamentablemente solo soy un pequeño peón de plástico y como ahora ha terminado la partida, una mano me está guardando en una caja, envuelto en la oscuridad y el silencio.
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