Para
perfeccionarse en el ajedrez debe estudiarse el final primero que nada, pues
puede aprenderse por sí solo, mientras que el juego medio y la apertura
únicamente deben estudiarse con relación al final.Los aficionados deben tener presente siempre
que, no se puede tener un concepto exacto de las aperturas, ni pueden evaluarse
gran número de variantes en diversas aperturas, sin un conocimiento adecuado de
los finales.
Siempre recuerdo el caso de un amigo que dedicó mucho tiempo y energía al estudio de las aperturas. Cuando yo pasaba por su ciudad, siempre me venía a buscar a la estación y me hospedaba en su casa. A menudo conversábamos y me preguntaba por tal o cual variante, y yo, con gran asombro suyo, casi siempre lo contestaba: "No la conozco."
Entonces, me decía: "¿Cómo se las arreglaría usted cuando alguien las juega?" Y yo le contestaba: "El noventa por ciento de las variantes en los libros no valen gran cosa, pues o bien están equivocadas, o parten de un base que yo considero falsa; deje las aperturas tranquilas y dedíquele todo su tiempo a los finales. A la larga sacará usted mayor provecho."
Tenía yo en esa época unos veinte años. Mi amigo, mucho mayor, no aceptó mi consejo, probablemente lo tomó como consejo de hombre joven, sin suficiente experiencia. El resultado fue que mi amigo nunca progresó, siguió sabiendo muchas variantes de diversas aperturas; pero cada vez que fue a un torneo hizo mal papel.
Personalmente, debo añadir que mi habilidad en los finales me ha producido muchas victorias resonantes, y hoy día, en los pocos textos sobre el asunto, se tratan algunos de esos finales basándose solamente en mis partidas. Sobre este asunto he aquí una anécdota curiosa:
Hace ya cerca de treinta años que, jugando contra Nimzowitsch, gané un final que todos los espectadores y mi contrario creían que sería tablas. Yo no me ocupé más del asunto, pero un año más tarde m encontré de nuevo con Nimzowitsch, y éste me dijo: ¿Recuerda usted aquel final que me ganó? Yo me equivoqué en mi sistema de defensa, debió haber sido tablas."
Yo le contesté que no me había vuelto a ocupar del asunto, pero que tenía la seguridad que el equivocado era él, pues yo había estado convencido de mi victoria durante el transcurso de dicho final. El insistió en que yo estaba en un error, añadiendo que él había estudiado el final y estaba seguro que podía entablarse. Dijo, además, que estaba dispuesto a respaldar su opinión con una pequeña apuesta.
Aunque yo no había vuelto a ver la posición, acepté la apuesta y, a renglón seguido, nos sentamos a jugar el final. A las pocas jugadas mi contrario se convenció que no había defensa y pagó la apuesta.
Siempre recuerdo el caso de un amigo que dedicó mucho tiempo y energía al estudio de las aperturas. Cuando yo pasaba por su ciudad, siempre me venía a buscar a la estación y me hospedaba en su casa. A menudo conversábamos y me preguntaba por tal o cual variante, y yo, con gran asombro suyo, casi siempre lo contestaba: "No la conozco."
Entonces, me decía: "¿Cómo se las arreglaría usted cuando alguien las juega?" Y yo le contestaba: "El noventa por ciento de las variantes en los libros no valen gran cosa, pues o bien están equivocadas, o parten de un base que yo considero falsa; deje las aperturas tranquilas y dedíquele todo su tiempo a los finales. A la larga sacará usted mayor provecho."
Tenía yo en esa época unos veinte años. Mi amigo, mucho mayor, no aceptó mi consejo, probablemente lo tomó como consejo de hombre joven, sin suficiente experiencia. El resultado fue que mi amigo nunca progresó, siguió sabiendo muchas variantes de diversas aperturas; pero cada vez que fue a un torneo hizo mal papel.
Personalmente, debo añadir que mi habilidad en los finales me ha producido muchas victorias resonantes, y hoy día, en los pocos textos sobre el asunto, se tratan algunos de esos finales basándose solamente en mis partidas. Sobre este asunto he aquí una anécdota curiosa:
Hace ya cerca de treinta años que, jugando contra Nimzowitsch, gané un final que todos los espectadores y mi contrario creían que sería tablas. Yo no me ocupé más del asunto, pero un año más tarde m encontré de nuevo con Nimzowitsch, y éste me dijo: ¿Recuerda usted aquel final que me ganó? Yo me equivoqué en mi sistema de defensa, debió haber sido tablas."
Yo le contesté que no me había vuelto a ocupar del asunto, pero que tenía la seguridad que el equivocado era él, pues yo había estado convencido de mi victoria durante el transcurso de dicho final. El insistió en que yo estaba en un error, añadiendo que él había estudiado el final y estaba seguro que podía entablarse. Dijo, además, que estaba dispuesto a respaldar su opinión con una pequeña apuesta.
Aunque yo no había vuelto a ver la posición, acepté la apuesta y, a renglón seguido, nos sentamos a jugar el final. A las pocas jugadas mi contrario se convenció que no había defensa y pagó la apuesta.
José Raúl Capablanca.
Extractado del libro: Lecciones elementales de ajedrez.
Extractado del libro: Lecciones elementales de ajedrez.
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